25 de mayo de 2020

Abstraído




Cuando después de la revolución china*, Tsingtao se convirtió en residencia de buen número de los más renombrados eruditos chinos de la antigua escuela, encontré entre ellos a mi venerado maestro Lao Nai Süan, a quien no solo debo una introducción más profunda a las obras de Mencio (Mong Tse), sino el que también me abriera por primera vez el acceso a las maravillas del Libro de las Mutaciones. Como hechizado atravesé bajo su experta conducción ese mundo extraño y sin embargo tan familiar. Surgía la traducción luego de detenidas discusiones del texto. Del alemán se retraducía al chino, y tan solo una vez lograda una presentación del sentido del texto cabal y exenta de inexactitudes, la traducción se tenía por válida como tal. En medio de estas tareas irrumpió el horror de la Guerra Mundial. Los eruditos chinos fueron dispersados hacia los diversos rumbos de la rosa de los vientos, y también el señor Lao viajó a Küfu, patria de Kung Tse (Confucio)con cuya familia estaba emparentado. Entonces la traducción del Libro de las Mutaciones quedó detenida, aún cuando, junto a mi desempeño en las tareas de la Cruz Roja china que yo dirigía durante el asedio de Tsingtao, mi dedicación a la antigua sabiduría china no cesó ni por un solo día. Extraña coincidencia: allá afuera, en el campamento, el general japonés Kamio leía en sus ratos de recreo las obras de Mencio, y yo, usaba mis horas libres para sumergirme en las profundidades de la sabiduría china. Pero el más feliz de todos era un viejo chino tan absorbido en sus libros sagrados que ni siquiera una granada que cayó junto a él pudo turbar su calma. Extendió la mano para recogerla -se trataba de una granada fallida- pero la retiró diciendo que estaba muy caliente y volvió a reclinarse sobre sus libros...


Richard Wilhelm, Pekín, en el verano de 1923

*Se refiere Richard Wilhelm, por supuesto, a la revolución de Sun Yat Sen, de 1911.



Quiero compartir este texto con aquellos caminantes que puedan llegar a pasar por este perfil un poco retirado de los caminos habituales, incluso de los caminos que yo mismo supe recorrer y que no poca veces extraño.
Lo que me gusta de este texto es, en especial, la imagen del viejo chino reclinado sobre sus libros, totalmente abstraído de la "realidad" que ocurría a su alrededor. Es un texto muy hermoso, a mi modo de ver muy espiritual... con alma.
Hoy pensaba en lo que nos toca vivir, esta pandemia que vino a cambiarnos la vida tal como la conocíamos y a sacar de nosotros cosas que, muchas veces, ni siquiera sabíamos que estuvieran dentro nuestro. 
Creo que este texto tiene mucho para enseñarnos. Ese chino tiene mucho para enseñarnos. La historia puede verse como un espejo fiel de lo que nos pasa. El viejo chino, creo yo, es la manera en la que debemos comportarnos, al menos aquellos que hemos iniciado  el viaje a Oriente, con mayor o menor fortuna.
No es tarea para nosotros, viajeros hacia el oriente, resolver este problema, sin dudas, de necesaria solución para la vida de tantos. Tampoco, creo, es importante discutir sobre las teorías conspirativas, enfrentamientos entre potencias para conseguir una cuota de poder, y un sin fin de posibles orígenes de este mal.
Esta situación es, como en la historia del viejo chino, una granada que cayó a nuestro lado... puede, incluso, que no esté fallada. Pero lo importante es nuestra determinación en mantener un rumbo, la fidelidad a esa estrella que nos guía...


24 de enero de 2020

Dragón




Hasta hace relativamente poco tiempo se creía que Lao-Tzu (también conocido como Lao Tan o Li Erh) fue un individuo que vivió en la época de Confucio (K'ung Fu-tzu), es decir en los siglos -6 y -5, ya que se supone que éste último vivió entre los años -552 y -479. El nombre de Lao-Tzu significa Niño Viejo y deriva de una leyenda que narra que nació con pelo blanco. La fecha se basa en un controvertido pasaje del historiador Ssu-ma Ch'ien (-145 a -79), que cuenta que Lao-tzu era encargado de la biblioteca real, en la capital de Lo-yang, donde Confucio lo visitó en el año -517.

Li (Lao-tzu) le dijo a K'ung (Confucio): Los hombres de los que hablas están muertos y sus huesos se han convertido en polvo; solo sus palabras perduran. Por otra parte, cuando el hombre superior reconoce su oportunidad, se eleva, pero cuando el tiempo corre en su contra, es arrastrado por el peso de las circunstancias. He oído decir que un mercader, aunque poseía tesoros que guardaba celosamente, parecía pobre; y que el hombre superior, aunque su virtud sea completa, exteriormente parece estúpido. Deja de lado tu orgullo y tus deseos, tus costumbres insinuantes y tu voluntad impetuosa. No te convienen…esto es todo lo que tengo que decirte.

Se supone que después de la entrevista, Confucio dijo:



Sé cómo pueden volar los pájaros, los peces nadar y los animales correr. Pero el que corre puede ser cazado, el que nada puede ser pescado y el que vuela, alcanzado por una flecha. También existe el dragón: no sé explicar cómo cabalga en el viento, ni a través de las nubes, ni cómo se eleva hasta el cielo. Hoy conocí a Lao-tzu y sólo puedo compararlo con el dragón.

Del libro "El Camino del Tao", de Alan Watts